June 23, 2008

El día que pude morir

Mayo, 2008. Es muy cierto que dos cabezas piensan mejor que una, pero es todavía mejor cuando dos almas están en sintonía y sus cabezas se unen para gestar el siguiente texto. Gracias Gaby por sentir conmigo.

Estoy en el espacio de mis pensamientos. Quisiera gritar, bajar la guardia y dejarme cuidar. Ayer aún aturdida por nuestras diferencias, quise dejar olvidada en algún lugar mi arrogancia y mi soberbia, que no es mas que el miedo a mi propia vulnerabilidad; sin embargo fui asaltada por un extraño que se llevó mi fuerza y me dejó tu olvido. Si por lo menos supiera lo que sientes, dónde estoy parada y hacia dónde voy... Puede ser rebeldía o un espejismo o una posibilidad o tal vez sólo necedad.

Cada vez estoy más lejos del lugar de dónde vengo, cada vez soy más ajena a mis orígenes. Me duele mucho la incertidumbre, me asusta el mañana y trato de desayunar todos los días un plato de esperanza y un vaso de confianza. Intento cada minuto ser paciente, pero regresa a mí la duda. Y vuelvo a empezar desde cero: ¿Qué es todo esto? Para qué todo lo que me pasa?

Había estado tranquila, en paz y hasta feliz. Me viste radiante, cómo siempre he querido estar para ti. Llegaste como nube y me invitaste a tu cielo. Descargamos el tiempo en forma de lluvia. Estoy lloviendo por dentro, me provocas humedecerme como lluvia ligera, huelo a tierra mojada, a tierra fértil; me llueve la alegría, me llueven también los celos incontrolables que disparan truenos de adrenalina y pierdo el control sobre mi. Te arraso en mi tormenta y evidenció la fragilidad de mi corazón. Recupero la calma en tus brazos, reconozco a aquella que siempre he querido ser, tu mujer... sin embargo no lo soy y sé que debo morir para renacer, necesito ser fuerte, mucho más que antes. ¿Qué más hacer?

Estoy despistada, fuera del mundo. Yo sé que eres auténtico y sé también, que las enredaderas en mis brazos están a punto de estrangularme. Es preciso ponerme a salvo y encontrar tierra firme cruzando el mar, de lo contrario me aferraré a ti cómo signo de mi incongruencia.

Cuándo mi luna aparece y tu sol alcanza el punto mas alto, otra vez me doy por vencida a las posibilidades que pueden ser, pero que no dejas nacer.

Ayer me dolió el miedo en los brazos. Quise arrancármelos, dejarlos bajo tu almohada y que se quedaran pegados a tu espalda. Hoy me duelen las manos, los brazos y las piernas. También el pecho, la piel y los ojos. Dicen que el amor duele... ¿será? ... yo sé que lo sé.

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